Lo de octubre y noviembre de 2019 no sólo se trataba de una crisis del exceso de clientelismo y del prebendalismo estatal, no sólo implicaba la defensa del voto y de la democracia frente al autoritarismo que iba camino a una dictadura; lo que vivió Bolivia fue más profundo que eso, se trató de un enfrentamiento contra la degradación moral del poder, por ausencia de ética, por la pérdida total de los valores que guían la convivencia cotidiana. La inclinación a la pedofilia es sólo un dato más de ese hundimiento de los valores, como lo fue y lo es el silencio cómplice y obsecuente de ministros y dirigentes del MAS que dejaron a su jefe violentar todas las normas de la ética.
Las coplas de las ministras carnavaleras fueron la señal de ausencia de ética y de apego a la obsecuencia. La construcción de un museo propio para llenarlo con camisetas de fútbol, la edificación de un palacio con suite presidencial para complacer al eros del Jefazo señalaba distorsiones muy profundas de una personalidad que gozaba el poder y que no lo quería perder nunca. Por eso su ceguera de mandar a su gente a manifestaciones y bloqueos, sin importarle el peligro de contagio y la vida de sus propios militantes; es que esos enfermos de amor por el poder no respetan la vida humana.
La angurria de poder cegó a los gobernantes del MAS, quienes vivieron no para buscar el bien común, ni para solventar las necesidades de la gente; vivieron para acumular, para endiosarse y hacer creer a la gente que eran los predestinados de llevarnos al futuro, cuando en realidad nos hicieron retroceder cincuenta años en valores o en provisión de los bienes básicos, como la salud. El poder es ciego, no ve la realidad, sólo mira su imaginario y los obsecuentes se encargaron de tapar el sol con un dedo para decir al Supremo que todo marchaba sobre carriles y que el mundo le agradecía por ser el mejor de los bolivianos y de los latinoamericanos, porque él haría la revolución social y moral mundial.
Llegaron como portadores de los nuevos valores, del hombre nuevo, discursaron sobre la ética, sobre el cuidado de la madre tierra, la valorización de los indígenas, nos dijeron que eran la reserva moral del mundo. En catorce años la corrupción fue más grande que en el pasado, el respeto a la madre tierra no existió, se impuso el desarrollismo extractivista, importaba hacer carreteras en parques nacionales para ampliar la frontera agrícola en favor de los cocaleros y de los narcotraficantes; los “interculturales”, es decir, los cocaleros les quitaron sus tierras a los indígenas.
Se llenaron la boca hablando de inclusión social, -aplaudida por la cooperación internacional-, expresaron que el poder y la administración pública estaba en manos de sectores populares, olvidaron decir que, en manos de dirigentes sindicales, de dirigentes del MAS, de dirigentes vecinales con prontuarios, ninguno de ellos con el expertise necesario para manejar las competencias de sus cargos. Cooptados con salarios exorbitantes, pero sin tener idea alguna de la administración pública, cooptados con dinero excesivo como los dirigentes de la COB.
La degradación moral fue ocultada por sofismas, nos querían hacer creer que en el caso Zapata no hubo tráfico de influencias, que en el Fondo Indígena no hubo corrupción, sino sacrificio por los más pobres, que el Ministerio de Economía debía amoblarse con lo más caro de los bienes importados porque estaba blindando la economía: ¿con un déficit de 10%? Las mentiras y el cinismo se convirtieron en política pública. El Jefazo y sus ministros nunca se sonrojaron al ver que el canal nacional de TV se encargaba de transmitir los partiditos de fútbol del Presidente.
En octubre y noviembre de 2019, los jóvenes, las mujeres y las familias se rebelaron, como lo habían hecho el 21F. No sólo defendían su voto y la democracia; más allá de eso, postularon una revolución ética, demandaron la necesidad de recuperación de los valores ante la degradación moral en la cual vivió el Jefazo y todo su gobierno. Es la hora de recuperar los valores y de articular la ética con la política.
Carlos Toranzo Roca